Muy de pasada nombramos a un cuarto grupo, los cínicos, y solo como eslabón entre Sócrates y nuestros admirados estoicos.
Pero los cínicos siguen hoy entre nosotros. Y no, no es esa gente sobradilla que mira por encima del hombro y lanza sarcasmos e ironías continuamente. Eso es un oscurito, un agujero negro, no un cínico. Si hoy la palabra “cínico” tiene también esa acepción despectiva es porque tuvieron enconados críticos y despertaron reacciones apasionadas. ¿Por qué? Por su radical y descarado rechazo a las convenciones sociales. …
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La «ataraxia», la serenidad de Sócrates ante la injusticia de sus convecinos y la muerte, conmueve a sus discípulos. Todos ellos quedarán capturados por ese momento. Arístipo apostará por dar una respuesta vitalista y materialista a la que después daría forma Epicuro. Platón, como comentábamos en el post anterior, querrá transformar mundo y humanos para acercarlos al mundo «original» de las ideas perfectas que asociaba al maestro, y acabará convirtiéndose con su «República» en el teórico de un nuevo aristocratismo cuyas consecuencias llegan hasta hoy.
Antístenes no seguirá ni un camino ni otro. Con ironía socrática responderá a la teoría de las ideas de Platón con su famosa frase «Platón!, el caballo lo veo; pero la equinidad no». Marcado también por el trauma del ajusticiamiento de Sócrates, rechazará pura y simplemente la política, los fastos y el reconocimiento social, pero también el elitismo de platónicos y aristocráticos. Nos cuenta Diógenes Laercio que solo la virtud le interesa, virtud para la que considera igualmente dotados a hombres y a mujeres y que, pudiéndose alcanzar mediante el estudio basta para la felicidad, no necesitando de nada más que de la fortaleza de Sócrates.
Pero aunque en Arístenes esté todavía el amor por el conocimiento de su maestro Sócrates, su reacción básica es «antiintelectual»: la verdadera virtud (que para él es también la verdadera sabiduría y la verdadera belleza), el camino de la serenidad, reside en ser independiente de todas las cosas materiales. La misma divinidad, argumenta, es perfecta porque es absolutamente independiente de todas las cosas (no influye en el curso de la Historia ni en el devenir de la Naturaleza). Es el camino del ascetismo el que nos hace libres e incluso divinos.
En definitiva, David continúa con el repaso a los otros orígenes de Europa que am i me está sirviendo para un repaso a los orígenes de nuestro pensamiento:
Se suele decir que el cristianismo medieval es «la matriz de Europa», pero aunque fuera cierto no es en ningún caso el único componente: prácticas sociales, vetustas instituciones y restos históricos nos hablan de una poderosa contracorriente epicúrea y estoica, que sin ser hegemónica unió la tradición clásica a la Modernidad, y sin la que sería muy difícil entender aquello que permitió a la cultura Occidental articular valores de responsabilidad personal -una vida interesante- desde una actitud crítica a la naturaleza misma del poder político y religioso.
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